Jean Lecuit SJ, La Palabra se hizo carne (Jn 1, 14)

Berlín, 6-11 noviembre 2003

En abril de 1991, la Misión Obrera de los jesuitas „del Norte“ tuvo su encuentro anual en Berlín, en la comunidad de Kreuzberg. Desde entonces tenía ganas de volver allí para un tiempo más largo. Ahora he tenido ocasión.

Para resumir en pocas palabras mi impresión fundamental: la vivienda de la calle Naunyn es un lugar de humanidad, tan poco aparente, como la Palabra hecha carne desde hace dos mil años (Jn 1,14).

En un barrio de gente pobre, habitado principalmente por turcos, viven tres jesuitas, Christian Herwartz, Franz Keller y Stefan Täubner, encima de un café denominado „La puerta del infierno“. Si tocas el timbre de la puerta siguiente con el número 60, te abrirán. En el piso segundo se halla una vivienda en apariencia muy normal, Puedes entrar sin más. Con el curso de las horas y los días te das cuenta de que es un lugar abierto para hombres y mujeres y para todo lo relacionado con su historia. Una historia en muchos casos de sufrimiento y de fracaso. En otros, una oportunidad de dormir compartiendo un dormitorio con siete literas (donde también duerme Christian), sea por una noche o por diez o incluso por dos años, simplemente por el hecho de ser personas. Quien llama a la puerta, es acogido en su verdad, sin condiciones, sea cual fuere su miseria, sus dificultades o el juicio que la sociedad emita sobre él o ella. Tú, que llegas, eres un hermano o hermana, y estás en tu casa. Puede ser alguien cuya vivienda carece de calefacción y electricidad y viene a la mañana o al atardecer para calentarse y charlar un poco. Acaso es una joven aterida y sin trabajo que viene para dibujar y lamentarse de su soledad, o un joven padre de familia, que vive ilegalmente en Berlín y que tras una discusión familiar no sabe qué hacer. O una joven periodista que pretende aproximarse a los que pasan por aquí. Son también 25 niños ucranianos del entorno de Chernobyl, invitados a un mes de vacaciones en Weimar, que aprovechan una breve estancia en Berlín entre dos trenes para venir aquí. Se asombran de las grandes esculturas en la pared del dormitorio. Descubren con Christian la alegría del hombre que sale de la cárcel y vuelve a encontrar a su mujer, o la imagen de Zaqueo, llamado por Jesús, o la misión de Jonás, que es también la de esta casa: trasmitir la alegría del perdón.

La comunidad no está encerrada en sí misma. De ella parten caminos hacia donde verdaderamente se busca a la persona, hacia donde hombres y mujeres trabajan por un modo de vida con relaciones humanas auténticas, pero también por la reconstrucción de lo que quizá esté destruico, por la reconciliación.

Es acaso un „Equipo de Nuestra Señora“ que pide ayuda para su anhelo de vivir mejor la pobreza. Sus miembros quieren encontrar lo que en su estilo de vida resulta innecesario; acogen la invitación a abrir su corazón, a estar dispuestos a cualquier encuentro, sobre todo para los que provocan irritación: cuando se trata de personas que en realidad no quisieras ver, en especial los pobres y los excluidos.

Puede ser también una visita amistosa a las Hermanitas de Charles de Foucauld, que están en una vivienda rehabilitada al este de la ciudad, rodeadas de familias, hombres y mujeres sin formación y también sin fondo religioso, a los que encuentran en la escalera o por la calle. Las Hermanitas están ahí clladamente, sin hacerse notar; representan el amor del Padre y del Hijo. En su barrio y en su trabajo viven como Charles de Foucauld en Tamanrasset, una presencia aparentemente inútil, sin frutos visibles. Dentro de pocos días Bärbel, la más joven, pronunciará sus votos.

A la vuelta visitamos a un grupo de seis mujeres jóvenes, en torno a los 30 años, entre ellas dos parejas lesbianas. Una de ellas ha trabajado con pobres varios años en Brasil en una cooperativa; luego se volvió con su compañera brasileña. Como buscaba como salir adelante con sus familiares en esa situación, pidió a Christian unos días de retiro. Una vivienda grande en el piso quinto y sexto de una casa sin ascensor, no tiene fácil comprador. Pero allí ha surgido una comunidad viva. Acompañar a personas así, que sólo pretenden adecuarse a su realidad, sin querer provocar.

El 9 de noviembre, aniversario del incendio de las sinagogas ordenador por Hitler, hay convocada una asmablea conmemorativa de esa tragedia junto al monumento que recuerda ese suceso y la captura de los judíos berlineses de 1940 a 1945. Están presentes tres jesuitas, entre ellos el rector del colegio, amigos evangélicos y católicos, algunos musulmanes junto con los judíos, tres o cuatro centenares de personas que prestan atención al relato del suceso y a la plegaria y explicación de un rabino, que de niño escapó a la masacre. Suenan canciones del tiempo de la expulsión de los judíos españoles en el siglo XVI: „¿Dónde está Dios en esta tragedia?“, pregunta. Y prosigue_ „Dios está allí donde alguien llora, dijo durante el holocausto una mujer a su hijo, que logró escapar“.

Es domingo del Ramadán, y un imán alemán, que acompaña a un grupo de musulmanes de procedencia alemana, ha invitado a celebrar el final del ayuno a sus amigos de diversas religiones. Cada mes reza junto a ellos por la paz en una conocida plaza de Berlín. Primero un tiempo de oración, depués la comida en común; cada uno cuenta quién es. Hay un pastor de Berlín Este: „Hemos salido de la esclavitud comunista para caer en la del dinero“, dice a un hindú y dos jesuitas.

También la parroquia católica, donde las Hermanas de Madre Teresa preparar a mediodía comida caliente para un centenar de personas. En invierno, las gentes de la calle disponen de un recinto en otra sala parroquial donde pasar la noche acostados. Cada miércoles hombres y mujeres muy pobres, marcados por la miseria, las drogas y la enfermedad, se reúnen a orar en una celebración eucarística.

Hay un desempleado que emplea todo su tiempo en embellecer la iglesia de Sto.Tomás, el gran templo protestante, lugar de los recuerdos, las exposiciones y la vida.

Finalmente el encuentro con los vietnamitas de Berlín.

Esta cercanía a todos y todas y en especial a los que más sufren dentro y fuera de la comunidad, se celebra al atardecer de cada martes en la calle Naunyn. Primero se reúnen a tomar algo juntos todos los habitantes de la casa y algunos que se añaden. Luego cada cual está invitado a contar lo que ha vivido de importante esa semana. La cosa va desde alegrarse por tener de nuevo corriente eléctrica en su vivienda hasta el descubrimiento de la ternura de Dios. Uno cuenta sus vivencias durante los Ejercicios en la calle; otro de sus dificultades con la burocracia municipal, su incomprensión y necedad; otro de la alegría mezclada con preocupación que le causa el poder abrir por fin un lugar de refugio para los vietnamitas con problemas. La celebración de la eucaristía concluye el encuentro. Piden a Philippe, recién llegado en la última semana tras ser desahuciado de su casa, que haga la introducción, y nos propone rezar juntos el padrenuestro. Alguien lee el evangelio: esa tarde es el juicio final según Mateo. Nueva conversación. Un hombre muy pobre nos recuerda que ovejas y cabritos no son sólo categorías de personas, sino que se dan también en el interior mismo de cada persona. Presencia real de Cristo, que se da a sí mismo en el pan y en el vino.

En ese momento de la verdad y de la humanidad profunda, se celebra la vida de una comunidad de hombres y mujeres, a los que la vida a veces ha tratado duro, pero que se acogen mutuamente como son en ese preciso momento de su historia. En el corazón de esta comunidad está vivo Jesús como en los primeros tiempos de la Iglesia. Jesús, que hoy nos impulsa a darse a los demás, como él lo hizo en el tiempo de su vida terrestre: un hombre a disposición de todos: de los enfermos, los paralíticos, las prostitutas, del rico publicano Zaqueo, de Nicodemo, que buscaba a Dios, de fariseos y rabinos, soldados y viudas, de todos los excluidos y sufrientes, de los extranjeros samaritanos o sirofenicios. Su presencia fue tal que revitalizó los anhelos más auténticos que constituyen a cada persona, proporcionando confianza en la vida, claridad de visión y de comprensión, capacidad de erguirse o de ponerse en marcha de nuevo hacia la meta de las más hondas exigencias, a pesar de todas las dificultades, sufrimientos y fracasos: „Tu fe te ha salvado“.

En la calle Naunyn 60 he vivido algo del modo cómo Jesús es hoy, a menudo en el respeto con que Jesús trataba a quienes eran por él curados y levantados de nuevo. Desde ahí he podido conocer tantos lugares de existencia humana, muchos scondidos, pero muy reales y en muchas situaciones y circunstancias de esta ciudad en apariencia tan rica. Esta manera de vivir en relación fue para mí la forma de acceder a esta ciudad de la memoria y la reconciliación. El Museo Judío, el monumento a los judíos capturados, la iglesia-memorial del emperador Guillermo, el Museo del Check-Point Charlie, las impresionantes obras de arte, el Parlamento, los fragmentos del muro, la conmemoración del 9 de noviembre, de la que he hablado más arriba (en la que no se hizo mención de la caída del muro, cuya aniversario caía en la misma fecha), y otros muchos ámbitos públicos recuerdan con gran simplicidad el sufrimiento de esta ciudad, su voluntad de construir la paz, su esfuerzo por la reconciliación.

En Berlín he soñado a veces. La celebración del martes por la tarde nos reunió a unas diez personas en una sencilla y auténtica vinculación con el misterio de Jesús muerto y resucitado. En la sencillez y utenticidad de esa celebración, Jesús se revela como el Señor y el Cristo vivo, que „reúne a los hijos de Dios dispersos en uno“ (Jn 11,52). ¿No es el espíritu que debiera embargar cualquier celebración? Una asamblea de hombres y mujeres, entusiasmados por Jesús, que le reconocen como Crito y Señor, que se alegran de juntarse para escuchar su palabra, celebrar la eucaristía y recibir de él la misión. El obispo de Berlín habló en su catedral con la asamblea, casi de forma confidencial, para dar las gracias a los profesores y profesoras de religión que se jubilaban y dar la misión a otros nuevos, reunidos en el coro. Era como si estuviésemos en el buen camino; pero ¡qué rigidez la de otros muchos que rodeaban el altar!

En todo caso la vivienda de la calle Naunyn en Kreuzberg es un lugar de esperanza. Nos recuerda que hay muchos otros lugares similares. Nos recuerda que el Espíritu está actuando en todo esfuerzo auténtico por anudar lazos entre las personas. El afán de crear justicia y fraternidad requiere a veces también acciones públicas fuertes, como ha ocurrido en el pasado y aun hoy se sigue viendo en la plegaria pública interreligiosa por la paz junto al mercado de Gendarmen o en la oración por los presos ante las prisiones. En la fe en los hombres y en el amor auténtico a ellos se reconoce, como fundamento subyaciente, la obra del Espíritu.

Fue un regalo descubrir esto y poderse alimentar de ello.

18 de noviembre de 2003 Jean Lecuit SJ